Paseando por el Océñigo.

Domingo, 16 de Febrero de 2020.


Mediados de Febrero, hoy estamos bajos de efectivos y nos quedamos muy cerca de casa. Sí, a veinte minutos de casa, sin ir mas lejos, tenemos uno de los arroyos serranos más bonitos que podamos encontrar tan cerca de Cuenca. Sin hacer kilómetros, y sin darnos un madrugón, podemos disfrutar del Océñigo. La primera vez que lo recorrimos hace ya unos años, lo calificamos como "ese gran desconocido" y es que apenas había una pequeña senda, casi perdida a lo largo del arroyo, una senda que hoy es muy transitada y está perfectamente marcada por el paso de caminantes.

El Océñigo es uno de esos arroyos que,  desde la sierra de Valdecabras, vierte sus aguas al río Júcar. Esta es una sierra tremendamente caliza, y las aguas bajan sobradamente colmadas de cal, formando barreras tobáceas y pequeños saltos, lo que lo convierte en un espectáculo cuando lleva agua, ya que tristemente este arroyo en tiempos de sequía llega a secarse completamente. Hoy si lleva agua, así es que vamos a disfrutar de esta fresca mañana de Febrero.

Desde Villalba de la Sierra, cogemos el camino de las aguas, estacionamos el vehículo en la entrada a un carril que conduce a la Tinada del Escalerón, y empezamos nuestra caminata de hoy. Nos aproximamos a la entrada del Arroyo, un poco mas arriba de donde echa sus aguas al Cambrón. 



Estas mañanas de transición entre borrascas, las brumas inundan los valles.

Estamos en la boca de la hoz, por el viejo y pedregoso carril bajamos al encuentro del agua.

Este primer tramo, nos obliga a ir vadeando el arroyo una y otra vez, no hay demasiada agua, se hace fácilmente.

El sol entra a la parte alta de los paredones.

El arroyo, calizo como el solo, va formando acúmulos de roca tobácea.

Aprovechando las paredes rocosas, siempre hay abrigos de los pastores, este aprovechando un covacho.

Con sus muretes cerrando, para cobijar al ganado.

Y encima, grandes bloques de roca en equilibrio.

La senda transita estas laderas que ya apuntan maneras de primavera, tenemos un invierno de lo más cálido que hemos conocido.

Y aprovechando esta roca solanera, los corrales.

A nuestra derecha queda el río.

Con sus caídas saltarinas.

Y sus pozas sugerentes.

Recordemos que estamos entrando en la sierra de Valdecabras, los Tormos...... Yunques...... y demás formaciones calizas, enmarcan también este barranco.

El fondo del cauce completamente cubierto de caliza.

Se van formando barreras de toba.

Que oxigenan las aguas.

Una vez que hemos entrado en el valle, las paredes se elevan y los farallones calizos dominan en la parte alta del mismo, el barranco que se une al Cambrón, es ahora un valle cubierto de un denso pinar, la senda continúa junto al cauce del arroyo en suave ascenso, hasta llegar al manantial principal del que se nutre. La ruta es muy cómoda, echando siempre una mirada al agua que nos acompaña. Nosotros vamos a llegar al manantial, y desde allí nos subimos a la cresta que separa este valle y el barranco de la casilla, para ir volviendo al punto de partida.


Un arroyo en este tramo, digno de otras latitudes.


Con sus saltos y tablas.

Y pequeñas pozas.

Las brumas entran en el Valle.

Y el arroyo, acusando la escasez de lluvias.


En la zona del manantial, muy poca agua. 
En este punto hacemos una parada, reponemos fuerzas en esta ladera donde ya entra el sol, hace buena temperatura, quizás excesiva para las fechas en que estamos, pero este invierno ha sido muy cálido y con un reparto irregular de las lluvias, y la primavera se ha adelantado demasiado. Después de la parada, empezamos a subir por la ladera hacia la loma de Motos y la Peña del Águila, para ir volviendo por la parte alta del valle.


Vamos ganando altura y entre los pinos aparece la peña del Algibe, al otro lado del valle, sobre El Cambrón.

Ladera pedregosa, que se remonta sin dificultad.

Y al otro lado del Valle del Cambrón, el Pico de la Grulla.

En la Peña del Águila, caminamos sobre el mar de roca.

Por encima de estas rocas y pinares, vemos allí al fondo el Campichuelo.

Un poco de Zoom a la peña del Algibe.

Y una mirada atrás a la cresta por la que venimos caminando. A la derecha queda el Océñigo y a la izquierda el barranco de la Casilla.

Aquí lo vemos mejor, el barranco de La Casilla, que forma parte del trazado del sendero Pr de la piedra Yunque.

Con esta vista del Océñigo, terminamos la ruta.

Desde aquí, solamente nos queda seguir la cresta por la que venimos caminando, para llegar al punto de partida, una ruta tranquila para esta mañana de Febrero. Todos estos barrancos y arroyos que bajan desde la sierra de Valdecabras, merecen una visita de vez en cuando, y los tenemos a un paso de Cuenca, no hay escusa para no venir a conocerlos. Nosotros pusimos punto final con los tercios pertinentes en estos casos. 


Hasta pronto!!!









Rambla de la Bujosa.

Domingo, 19 de Enero de 2020.


¡Ya os conocéis la sierra entera!, pues no, nada mas lejos de la realidad. La serranía es algo inabarcable para quien no dispone de mucho tiempo libre, así es que a base de domingos, la vamos recorriendo, y alguna vez descubrimos rincones de esos desconocidos, que siempre han estado ahí, a unos metros de esos trayectos que repetimos una y otra vez en nuestros viajes de camino al monte.

Este es el caso de dos barranquetes, que desde el monte ensanche de Buenache, vierten sus aguas al río Júcar. Recorriendo las faldas de La Modorra y el Puntal del Cuerno, encontramos estos barrancos, que si el primero nos pareció coqueto, lo podemos recordar en este enlace: Barranco de la Pumareja., el que recorremos hoy lo supera con creces.

Hoy vamos a ver la Rambla de la Bujosa en dos ocasiones, la primera, una visita en Enero, no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar, y resultó que se puso la cosa densa y nos salimos del barranco, lo vimos un poco desde arriba, por los bordes de su margen derecha, progresivamente ganando altura y con el fondo muy enmarañado. La segunda vez volvimos en Febrero, para entrar a la rambla desde la cabecera y ver hasta donde podíamos bajar. En esta segunda visita, nos metimos en el gran tajo de roca tableada, una joya escondida y desconocida que merece la pena una visita.

Con el vehículo estacionado junto al río Júcar, empezamos a remontar la rambla una mañana de Enero.


La rambla, con su estrecho cauce laminado.

Nubes y claros sobre los puntales de la Muela de La Madera a primera hora de la mañana.

Buscamos y encontramos el cauce pedregoso de la Rambla, que en esta parte final tiene, efectivamente, la configuración de rambla.

Pero enseguida muestra maneras de barranquete.

Caminamos por el cauce seco, que poco a poco va estrechando a la vez que se cubre de vegetación.

Y aparece el agua, que unida a la vegetación, nos obliga a caminar por la orilla del barranco, si no queremos mojarnos.

Circunstancia esta que nos obliga a salir del eje de la Rambla, e ir ganando altura por esta margen derecha.

Enseguida se nos queda la rambla allí abajo, con el eje de su cauce tapizado de bujes.

Pero a nosotros nos llama, vamos buscando posibles puntos para bajar.

Detrás de nosotros, quedan los bordes de La Muela.

Y en los cortados del barranco, huecos por los que seguramente manará agua en épocas de abundancia de agua.

Vemos que bajar a este serpenteante barranco, va a ser complicado, además empezamos a escuchar el agua corriendo por su cauce, y no vemos el fondo con tanta vegetación.

Nos ha sorprendido este barranco, con el puntal del Cuerno allí arriba, por allí queríamos volver hoy, pero va a ser que no.

A la rambla, entran otros vallejos secundarios, como este que cruzamos congelado.

Saltamos el vallejo, el pinar es denso y tiene una buena regeneración de monte bajo y pinos jóvenes, da gusto caminar por estos montes tan sanos.

Buenos mástiles tenemos en estas laderas.

Volvemos a los bordes de la Rambla, nos atrae poderosamente ese fondo lleno de buje.

Buscamos la bajada, por aquí se podría bajar, pero lo vamos a dejar para otro día. Casualmente en nuestra segunda visita, salimos por este mismo punto, con alguna trepadita fácil, así es que sabemos positivamente que por aquí se puede bajar.

Hacemos la parada para almorzar, y vamos buscando una salida por estos vallejos que le entran a la Bujosa.

Esta mañana de Enero dejamos la rambla de La Bujosa, con la promesa de volver en la siguiente salida que hagamos, para entrar desde la cabecera y bajar hasta donde podamos. Así es que a primeros de Febrero, volvemos a la rambla para pasar otra mañana en el monte entre bujes, rocas y espinos.

Esta vez, dejamos los vehículos junto a uno de los vallejos que le entran desde la cabecera del barranco, y empezamos la caminata entre nieblas, descendiendo por el interior de la rambla. Y nuestras expectativas se ven colmadas con creces.


Esta mañana de Febrero, las nieblas se han hecho presentes.

Empezamos a bajar por uno de los vallejos, la mañana está húmeda y fresca.

Y claro, no hay barranco sin barreras, "que la leña os acompañe".

Enseguida aparece el carácter pedregoso del barranco.

Y sus callejones tan estéticos.

Estas mañanas de nieblas tienen un algo especial, y si es en una ruta de exploración, para qué queremos más.

Esta parte alta del barranco, las aguas son ocasionales. No hay evidencias de tener un caudal constante.

Hasta ahora el barranco es de fácil tránsito.

Aparece alguna poza con agua, restos efímeros de las lluvias de días pasados.

Poco a poco vamos descendiendo, y las paredes del barranco se van elevando, formando estrechos callejones por los que pasamos sin problema.

El agua de los bujes nos juega una mala pasada con el objetivo.

Pero esa misma humedad es la que realza los colores del monte.

Y nos regala montajes como este.

El barranco, igual que se abre.........

Se cierra.

Estamos llegando al punto central de la Rambla, y punto clave en el desarrollo de la ruta de hoy.

Algún tronco antiguo nos sale al paso.

Estamos en el tramo más espectacular de esta desconocida Rambla.

Desde arriba, ya intuíamos lo estrecho de este barranco, pero desde aquí dentro esto es otra cosa.
Con su tapiz de buje.



Y todo tipo de arbustos en los que se nota el avance de los días, la primavera está cerca.

Superamos la zona intermedia de la rambla, las paredes van perdiendo altura, pero la vegetación se empieza a poner más densa.

Algún tronco que nos condiciona el paso.

Y el agua, de repente una surgencia, que con un buen caudal llena el cauce de la rambla.

Agua, pinos, y los márgenes del barranco bastante complicados, el derecho sin espacio para caminar, y el izquierdo cubierto de bujes empapados con el agua de la niebla y la lluvia del día anterior.

Llegados a este punto, hay que tomar una decisión, de continuar descendiendo, lo más cómodo es hacerlo por dentro del agua, caminar entre los bujes se hace algo tedioso. Así es que, a falta de preparativos para el agua, decidimos retroceder y buscar la salida más próxima, este tramo ya es el que vimos el día anterior desde arriba, y efectivamente la vegetación es tan densa como parecía desde las alturas.

Casualmente encontramos una salida, por el mismo lugar en que la vez anterior intentamos entrar.


Vamos trepando en busca de la salida, las nieblas siguen allí abajo, sobre el Júcar.

Una vez fuera de la Rambla, toca remontar paralelamente a esta, en un momento ponemos fin a la ruta.


Desde arriba, vemos los bordes de La Muela, y la niebla que se hace fuerte sobre el valle del Júcar.

La caseta de vigilancia en La Modorra, que buenas vistas desde allí.

Vamos de vuelta, el sol calienta, este mes de febrero ha empezado cálido como el solo, y en este momento en que escribimos este texto, podemos certificar que ha sido un mes alarmantemente primaveral. 


Al final, dos mañanas en el monte, explorando una rambla desconocida, y seguramente que habrá que volver y hacerla entera, aunque tengamos que emplearnos con el buje. Una buena ruta circular, vistos los dos barranquetes, sería subir por el de la Pumareja que recorrimos hace unos meses y bajar por la Bujosa, todo se andará. Por supuesto, tercios no faltaron en cada uno de los viajes.


Hasta pronto!!!